El primogénito de Bretaña
– ¡Venceré, y mi fama llegará hasta los más recónditos confines!- el rostro del joven primogénito de Bretaña se iluminaba con una sonrisa plena de suficiencia. Sus soldados de marfil penetraban la posición enemiga y las huestes de ébano parecían batirse en retirada.
-Mi querido amigo, – respondió el conde en pose solemne para darle credibilidad a su cumplido- no me caben dudas de que vuestro plan es perfecto, sólo resta llevarlo a cabo.
El Conde de Valois no creía ni remotamente que una partida de ajedrez fuera tan importante, pese al prestigio que el juego había ganado entre los nobles cortesanos de varias regiones, por lo que se vio sorprendido por el comentario. Tampoco creía que el joven Jean fuera capaz de captar las sutilezas de la posición de las piezas sobre el tablero.
Hurgó en sus facciones, luego volvió a la posición y no vio destello alguno de profundidad en el análisis, sino más bien de absoluta e injustificada soberbia. Era claro que el joven no se refería ahora al desarrollo de la partida de ajedrez, sino a otro tema y ese no podía ser más que la vieja obsesión de la familia Ducal de apropiarse del feudo de Guyena. Ese era su propio plan, y el Conde sabía que encajaba perfectamente con las ambiciones de los Dreux.
De hecho su presencia en Bouffay no obedecía a otra causa que esa, la preparación del plan de invasión de Guyena, pero su intención era hablarlo con el viejo Duque, y para nada con su botarate primogénito. De todas formas al ver que este había sido participado por su padre concedió:
– Ciertamente lo llevaremos adelante, pero seré yo quién disponga el momento adecuado. A propósito, ese tema vine a tratarlo con vuestro padre, ¿cuándo podrá recibirme?-
-Lamento informaros mi querido Conde que mi padre en estos momentos está en viajes continuos entre Inglaterra y Francia, tratando a toda costa de evitar una confrontación en donde nuestro ducado terminaria siendo pasto de las llamas. Todos los temas de la negociación con Vuestra Excelencia me han sido delegados, en una palabra tengo poder de decisión total sobre los asuntos concernientes al ducado.
-Que raro no me lo haya hecho saber antes.
-Tengo por escrito de su puño y letra que soy plenipotenciario para tratar todo lo que atañe a los temas de Guyena, así que podéis explayaros conmigo sin temor alguno.
Considerando que su réplica había sido un tanto dura para quien era sin dudas el pronto y seguro heredero de Bretaña, el Conde Carlos de Valois, suavizó el tono:
-Por supuesto Jean… es que me olvido que el tiempo pasa y ya no sois aquel adolescente alocado de antaño. Eres todo un hombre y es natural que ya empieces a tomar las riendas de los asuntos familiares, hizo bien tu padre en confiaros nuestro plan que es vital para la seguridad de vuestro ducado y para la mejor gloria de los descendientes de San Luis.
-Sabed que hemos recibido la bendición pontificia y ahora nos debe tener sin cuidado la indecisión de esos señoritos de la guerra, que de a poco se nos irán uniendo a medida que vayamos sorteando obstáculos.
-Deebemos obrar con mucha cautela, no sea cosa que nos pase lo que a vos en esta partida.
-¿Cómo lo que a mí en esta partida? ¡Mi posición está totalmente ganada!
– ¡Ay ay ay! ¡Advierto jovencito que vuestras narices constituyen vuestro límite, mira que me he esforzado en enseñarte este juego! – el Conde se puso muy serio y utilizando su tono más bajo y profundo agregó:
– ¿Acaso ignoráis que es por el Rey por quien se lucha? ¡A él, a vuestro legítimo soberano, a quien debéis fidelidad, es a quien debéis honrar y proteger!
El joven Jean palideció. ¿Pero qué estaba ocurriendo? ¿Acaso el Conde, hermano del Rey, le estaba reprochando las antiguas infidelidades de los Dreux como vasallos de la casa de Francia?
Carlos hizo una pausa para degustar la inquietud que había provocado en el joven y prosiguió burlón:
-¡Vamos, cuántas veces debo advertiros que no debéis emprender alocados ataques sin antes resguardar bien a vuestro monarca!- a continuación le expuso a una sucesión de jugadas con jaques y sacrificios con que le asestó un forzado y furibundo jaque mate.
Jean suspiró aliviado al comprender que Valois se refería a la partida y no era su propia vida la que había estado expuesta, sino la de su rey de marfil. Aunque de todas formas no pudo menos que sentirse ofuscado.
-Pero… ¡no puede ser que hayáis visto todas esas maniobras desde un principio!- exclamó.
-¿Y qué más da si las vi o no? – dijo Valois encogiéndose de hombros- Los errores cometidos se pagan, igual en el ajedrez que en la vida. Debéis prestar mucha atención, abrid la mente mi querido Jean y sabed escuchar humildemente a vuestros maestros. Y tras una pausa se dispuso a exponer el verdadero tema que lo había llevado hasta allí.
– Sabed entonces que mi idea es reunir a nuestros adherentes en la Baronía de Gauillón bajo la apariencia de un torneo. Es de sobra conocida mi afición por ellos, por lo que no debe preocuparnos que despierte algunas suspicacias. En un principio nos reuniremos los nobles con un pequeño séquito, y luego, según los planes que acordemos se irán juntando nuestras fuerzas a medida que avancemos hacia Aquitania. El torneo lo llevaremos a cabo efectivamente, porque al tiempo que cumplimos las órdenes del Rey de permanecer vigilantes ante posibles desembarcos ingleses, servirá para distribuir las futuras conquistas entre los caballeros de una forma honorable. Los vencedores recibirán una porción extra de tierras y rentas. El lugar elegido, la baronía de Gauillon, se trata como bien sabéis de un bastión inexpugnable sobre los acantilados de granito rosa de la costa noroeste de Bretaña, frente al Canal Inglés. Es un castillo protegido por el mar y las rocas, y oculto entre bosques casi impenetrables, sin dudas un lugar ideal para nuestros preparativos.
Si bien la distribución de los territorios se hará en función de las negociaciones y los resultados del torneo, habrá una sola excepción, vuestra familia, que tendrá siempre reservada la parte ya pactada con vuestro padre del Poitou. ¿Qué os parece la idea? ¡Por sobre todas las cosas, contempla completamente vuestras aspiraciones!
Sin aguardar la contestación, el conde guiñó un ojo y agregó en un murmullo cómplice:
-Y además, dejando de lado las pueriles repartijas, tendremos grandes fiestas y banquetes, y lo más importante de todo: tendrás a tu disposición a las más exhuberantes y deliciosas bellezas de la región, que nos acompañarán continuamente. Dicen que hay un único residente hombre en la villa que está al pie del castillo. Lo que os digo es cierto, los jóvenes varones han partido a la guerra, o están ocupados en el trabajo de los campos, lejos de la villa, ¡y el resto son todas rubicundas y hermosas mujeres normandas!
Un gesto concuspicente se dibujó en el rostro del joven heredero, al tiempo que algo pareció iluminar su memoria de repente. Se golpeó la frente y exclamó:
-¡Diablos, ahora recuerdo, aún no he dado órdenes de despachar la carta cuidadosamente sellada y lacrada que me habéis entregado para el Barón!
-Pues debéis enviarla cuánto antes! ¡Ese pobre Gauillon se verá en poco tiempo invadido por todo ese aluvión de caballeros, sin saber absolutamente de que se trata!- en su fuero íntimo el Conde sonreía y entendía, el joven Dreux no enviaría ninguna carta sin saber antes su contenido.
Este hizo sonar con urgencia una campanilla y al instante compareció un lacayo a quien le ordenó enviar sin más trámite la correspondencia que tenía dispuesta para el Barón de Gauillon.
– ¡Oh no os preocupes mi querido conde, mi paloma llegará a tiempo, y si no, el barón no es un hombre de armas tomar, lo primero que hará es recibir a nuestros aliados con la mayor pompa e intentará congraciarse con ellos! Además me es absolutamente fiel, un incondicional de la causa de Bretaña y en cuanto conozca los motivos, fundamentalmente lo relativo al torneo y las festicholas que haremos nos dará todo su apoyo, ¡nada le atrae tanto!
Por un momento Jean permaneció en silencio, ensimismado, y luego preguntó preocupado:
-¿Será esa villa adecuada para albergar en buenas condiciones a tantos…….-?
– No os preocupéis por eso -interrumpió el conde- me consta que la villa es perfecta. Además los caballeros, es decir sus lacayos, siempre cargan con sus tiendas y todo lo necesario.Tengo ciertas dudas en cambio sobre el personaje en cuestión, pero me han informado que es un juerguista amante del vino y las bellas mujeres y en un largo mes se verá empachado de todo eso, por lo que como bien decís será el primer interesado en que todo marche bien. Salvo que el vino lo haga mostrarse demasiado locuaz, no parece tener defectos demasiado distintos a los nuestros. De todas forma, él… así como todos los hidalgos de su baronía, serán sometidos a una estrecha vigilancia, ¡por si resultan ser demasiado ambiciosos! Y en cuanto a la comodidad de lo invitados, por cierto que no podrán ser alojados todos en el castillo, pero en la villa abundan las confortables cabañas y sus bellas anfitrionas se encargarán de que no les falte nada. Aunque me consta que tenéis otras aspiraciones. Como veis, no estoy informado sólo de las minucias materiales. Me han hecho saber que profesáis un tierno sentimiento hacia una de las bellas hermanas del Barón. Perded cuidado, dispondremos que salvo vos nadie se acerque a ellas. ¿Me harías un gran favor diciéndome, hacia cual de ellas se inclinan vuestras preferencias? ¿Será hacia Claudia la encantadora morena de mirada inquisitiva o hacia Blanca la preciosa rubiecita de pechos firmes y cabellos ensortijados? No cabe dudas que ambas son verdaderos volcanes, a duras penas contenidos por su hermano… ¡Hum!… ¡Veo que no respondéis! Bueno, pues ya tendremos tiempo de averiguarlo … ¿O acaso, serán las dos?- luego de este último comentario el conde llenó nuevamente las copas y rompió en una ruidosa carcajada.
– Debo felicitaros, mi querido Conde, enhorabuena –dijo Jean al tiempo que elevaba su copa y la chocaba ruidosamente con la de su huésped- que sea pues en esa alejada y exótica baronía donde germine la robusta simiente del Reino de Aquitania.
– ¡Así será mi querido amigo, no tengáis duda! –contestó entusiasta el Conde, y ambos volvieron a chocar sus copas de bronce.
– A propósito de Claudia y Blanca, cierto que son las más bellas gemas del país, ¡pero es inútil Señor conde!, las he agasajado de mil formas imaginables y nada. ¡Quizás haya sido un gran error no haber sabido ocultar la intensidad de mis sentimientos! Sabéis como son las mujeres. Pero esta vez me mostraré frío y distante, quizás así logre atraerlas.
– ¡Bien dicho, señor duque – deliberadamente elevó la categoría de su adversario a un rango que aún no ostentaba-, saldréis airoso en la justa y cuando ya esté próxima la victoria, ellas delirarán por vos, las mujeres aman a los vencedores, os lo aseguro!
El joven Jean tenía una enorme amor propio y no dudaba de sus logros en competencias ni en el terreno del amor, por lo que reaccionó con gran entusiasmo.
– ¡Sí, sí, así será, y nos divertiremos en grande, mi querido Conde! Y por las dudas, no olvidéis llevar a aquella simpática doncella de cámara, bellísima por cierto, a la que llamabas vuestra cervatilla. La conocí en vuestro feudo de Anjou, ¿fue allí, no?, en vuestro castillo de Angers. Me pareció que no me quitaba la mirada de encima… ¿Cómo era su nombre?
-Se llama Angeline, por Angers, claro, y por supuesto que la llevaré siempre que vos también aportéis algo interesante querido. Me estoy refiriendo a vuestra hermosa Copera Mayor.
-¿Os referís a Antonia? ¿Esa opulenta villana os ha impresionado? Pues sea si así lo deseáis, la incluiré en mi séquito. Pero os prevengo que es la hija de Condrieux, uno de los más prestigiosos molineros de Nantes, un tipo agrio de carácter y muy religioso, quien me la ha encomendado muy especialmente. No vayáis a hacer nada en contra de su voluntad, lo conozco y tendríamos problemas, la única forma de acallarlo sería cortándole la cabeza, y por ahora es un aliado muy útil. No cabe dudas de que Antonia es hermosa, pero ¡ay!, su encadilante belleza está totalmente desperdiciada. Cuando la acepté en palacio, su madre me la describió como muy virtuosa y recatada. Por supuesto que no le di crédito a lo que decía, esas carnosas redondeces y la insinuante mirada que parecía alentar todas las osadías me hacían pensar que de ninguna manera podía ser una santurrona. Supuse que solo le vendía esa imagen a la ingenua de su madre. Pero me equivoqué, resultó una verdadera roca. Han intentando seducirla de mil maneras pero sin éxito. La he llamado a mis veladas nocturnas, todas las mujeres del ducado se disputan el privilegio de ser invitadas, sabéis que bebemos y danzamos y escuchamos música y canciones hasta romper el alba. ¡Imposible que mujer alguna se resista a semejante tentación! Pero ha sido totalmente en vano, Antonia siempre se ha negado a concurrir. Con esa forma de actuar, difícilmente se logre nada de ella, aunque…- Convocadla igual, – respondió el Conde- yo me haré cargo de cambiarle ese hosco talante. Tengo importantes planes para ella: sabed que desde ya pienso nombrarla Bodeguera Real del futuro Reino de Aquitania, por lo que la encargo especialmente a vuestro cuidado. ¡Esa palomita terminará comiendo de mi mano! Pero mientras tanto, pensaba el Conde de Valois, de algo hay que ocuparse. Esa misma noche le haría llegar a Antonia una discreta y muy conveniente propuesta que la muchacha no podría rechazar…