Cap.XVII- Nuevos problemas…

17- Donde se agregan nuevos problemas …

 

Cuatro caballeros habían sobrevivido a los combates de la mañana. Ellos eran Blois, Vendóme, Dreux, y ahora el Conde de Alfaz, quien había tomado el lugar del gran Lusignan. Gauillón había caído con estrépito ante la embestida del recio y elegante Blois, y Foix había tenido que ceder luego de tres embestidas del indomable Vendóme. A Dreux le había tocado, como siempre, el contendiente más accesible, y había pasado sin demasiados apremios sobre el deslucido Caballero de Torrent, un segundón, quien al igual que otros adversarios previos no habían opuesto demasiada resistencia al heredero de Bretaña, más temerosos de su resentimiento que de su lanza. El combate más difícil había sido el de Rodrigo de Alfaz, quién se había tambaleado dos veces sobre su robusta silla gallega, responsable en gran medida de que se hubiera mantenido en su sitio, y sólo al tercer embate había conseguido que el caballo de Hugo III, Conde de Beauville, diera un traspié tras el fuerte choque y cayera, arrastrando a su amo cuya pierna quedó aplastada bajo el cuerpo de  la pesada bestia, dejando al susodicho totalmente incapacitado. Pero en fin, digno sucesor del gran Campeador, Rodrigo había corrido por el campo frente a los espectadores, elevando la lanza en señal de victoria y mereciendo sin dudas la salva de aplausos que lo acompañó. Su espléndido caballo andaluz de gran alzada asombró a todos por su poder y su gallardía en el galope. Rodrigo de Alfaz, ebrio de triunfo se sentía el mismísimo Cid asombrando a la corte del rey Alfonso con la famosa corrida que diera a lomos del formidable Babieca, tres siglos atrás, episodio cantado por todos los juglares, y que siempre había exaltado su imaginación. La nobleza franca y la normanda comenzaban ahora a mirar con recelo a Rodrigo: después de sus victorias sucesivas se habían percatado de que se trataba de un contendiente riguroso, y que los había traicionado, como siempre, su desprecio por la civilización de allende los Pirineos. No debían haberle permitido intervenir. Sin embargo tanto Blois como Vendóme seguían confiando en sus fuerzas, casi no se creían mortales, y menospreciaban a sus adversarios.

Quiso el destino que Blois y Vendome se cruzaran en el penúltimo combate, y la suerte de Dreux se emparejó con la de Alfaz. Una vez más los suspicaces pensaron que Blois y Vendóme eran enemigos más temibles que el hispaniol, y que el sorteo había estado amañado. Poco importaba, la expectación era enorme.

Rodrigo de Alfaz se dirigió a la tienda de Lusignan, quien reposaba sobre un catre de campaña, reponiéndose todavía de sus costillas fracturadas. Al ver venir a su amigo se incorporó dolorosamente y lo recibió con grandes muestras de admiración y aprecio.

– ¡Rodrigo de Villajoyosa, me congratulo de haber visto este día en el cual los colores de la Angulema y Alfaz han corrido juntos por el campo haciendo comer polvo y pasto a sus adversarios!- exclamó fervorosa, pomposamente. Se abrazaron, poniendo cuidado Rodrigo en no apretar sus brazos en torno al dolorido Lusignan, y entraron a la tienda.

– ¡Sea cual sea el resultado del torneo volverás conmigo a  Perigueux! ¡Y ya veremos cómo recuperas tu feudo castellano, y si no se puede te quedarás conmigo y serás mi segundo! ¿Te conté que tengo unas primas muy bonitas y con una buena dote?, y eso por no hablar de mis hermanas, que son las flores del reino, pero fueron convenientemente comprometidas desde niñas para resguardar las fronteras de la Marche- Angulema…

– ¡Señor, vuestro aprecio y confianza me abruman! Soy un simple exiliado…

– ¡Eres mucho más que eso, Rodrigo de Villajosa, Conde de Alfaz, eres un Cid redivivo, eres la flor y nata de la caballería española!- y continuó el exultante Lusignan elogiando a su amigo, mientras este agradecía y hacía gestos con la mano, que no, que exageraba sus méritos, que no se merecía tanta consideración…

La entrada de la bella Vana interrumpió el coloquio, sus bellísimos ojos glaucos se posaron tiernamente en el Conde de Angulema. Se inclinó sobre el mismo dejando que  sus cabellos de miel y su piel fresca y pura lo rozaran amorosamente y dijo:

– Calma, señor mío, no te exaltes, el médico dijo que cuanto menos os movieras más rápida sería vuestra recuperación. Imagina el camino de regreso con ese dolor que a veces empaña vuestros ojos, no te molestes en negaros porque lo he visto. – Y volviéndose a Lusignan agregó- ¿Has conocido un hombre más terco? No quiere demostrar dolor, y así lo único que hace es empeorar… – rodeó el cuello de Lusignan con su brazos, le besó la frente y suspiró.

– No hay mejor bálsamo para mis dolores que tus brazos. Si tú me acompañas en el regreso a mi patria iré flotando en una nube…

Rió ella cantarinamente e inclinó más su cuerpo hacia Lusignan, hundiéndo prácticamente el rostro de él en sus generosos pechos. Alfaz medio se incorporó en la silla y discretamente dijo “debo retirarme a mi tienda, algunos asuntos me requieren”, a lo que Lusignan recuperando el dominio se opuso rápidamente, que no, que debía quedarse a comer, que esa era su voluntad y no debía contradecirlo.

– Gauillón se ha esforzado por brindarnos los mejores manjares de esta tierra. Por ejemplo, recién nos ha llegado una joven servidora que ha venido a traer una fuente de lobinas doradas exquisitamente sazonadas, y debo decirte que es una muchacha de muy buen ver… ¿todavía está en la trastienda la joven que ha venido a traer las lobinas, querida Vana?

– Así es, le pedí que me ayudara a disponer la mesa, es una muchacha hábil y seguramente encontrarás las cosas muy de tu gusto, señor mío.

– ¡Excelente, hazla pasar, quiero que la conozca nuestro amigo, que ha pasado unos días muy solitarios en esta villa!

Salió Vana y un momento después regresaba trayendo prácticamente de arrastro a una bellísima jovencita de unos diecisiete años, con los cabellos de oro, los ojos celestiales, bellas formas, y un mirada cándida que encendía aún más la concupiscencia de cualquiera. Traía en sus manos una fuente de pescado que hacía relamerse con solo mirarla, tan espléndidamente presentada estaba. Apetitosas lobinas de río bien doradas en el medio cubiertas por una salsa de ajo y tomillo en acetite de oliva,  y rodeándolas exquisitos frutos, huevos cocidos de codorniz, ramitos de salvia, laurel y romero, todo lo cual  se presentaba a la vista y al olfato como un irresistible manjar. Pero los ojos de Rodrigo nunca descendieron hacia la fuente, quedaron definitivamente anclados en la exquisita fisonomía de la joven, todo lo más que bajaron fue hasta su busto, que pese al discreto escote revelaba encantos prominentes y firmes. Advirtió Lusignan, ducho en artes de salón, el encanto inmediato de su amigo y le preguntó a la joven, interesado, mientras miraba socarronamente a Rodrigo:

– ¿Tú sola has preparado estos manjares?

– Con ayuda de mis hermanas, señor, y ahora mismo está mi hermano esperándome en el carro, fuera de la tienda…

Se dio cuenta Lusignan que esta última advertencia estaba destina a frenar algunos entusiasmos excesivos, a los que sin duda estaba acostumbrada, o más bien no terminaba de acostumbrarse.

– Pues te diré que eres una magnífica cocinera, y que nos gustaría contar con tus servicios, pero antes dinos, ¿cómo te llamas, cuál es tu condición?

– Ximena Dafons es mi nombre, señor, y soy una simple servidora, hija de pescadores. Solía ayudar en la cocina de palacio, pero mi padre me ha retirado de ese servicio.

“Con mucha razón- pensó Lusignan-, con todas las acechanzas que debías sufrir, y el mismísimo Barón de por medio, según he oído. Y a todo esto mi amigo sigue extasiado, sin poder pronunciar palabra. En fin, trataremos de allanarle el camino, pero por lo que ha dicho el padre y los hermanos de esta joya natural deben cuidarla más que a la niña de sus ojos… ¡No va a ser una tarea sencilla!”

Cuando Ximena se retiró de la tienda Rodrigo, impactado, no pudo hacer otra cosa que seguirla. Algo dominaba el bretón, y había entendido que la joven era hija de un pescador y se llamaba Ximena. Ximena, ¿era española acaso? Decidió dejar esta averiguación para más tarde.

– ¡Una palabra señora! -atinó a expresarle en el mejor bretón que pudo. Ximena, sorprendida, había percibido la forma para nada discreta en que la observaba el hispaniol, pero no había pensado que tuviera la osadía de seguirla. Pensó al instante en el problema que tendría si su hermano, que la aguardaba en los alrededores cuidando del carro percibía su conversación, por lo que prefirió detenerse y escuchar lo que tenía para decirle; mejor allí, protegida por la sombra discreta del amplio solio que a la vista de todos.

– Perdona señora mi atrevimiento y mi descortesía. Deslumbrado por vuestra presencia me olvidé de presentarme, ¡una falta imperdonable! Soy Rodrigo de Villajoyosa, Conde de Alfaz, aunque actualmente estoy exiliado por ciertos problemas de heredades que tuve en mi patria y medrando bajo la protección del Conde de Angulema, mientras espero a  recuperar mi feudo…

¿Por qué se sinceró a tal punto Rodrigo con la joven plebeya a la que recién conocía? ¿Quizás tuvo un presentimiento, una premonición de que el descubrimiento de aquella joven que seducía con sólo verla afectaba de alguna manera su futuro y sus objetivos mediatos e inmediatos? Lo que sí pensó Rodrigo en ese momento es que el destino tiene extraños caminos, y que todo lo que había vivido lo conducían hasta ese día en  que  sentía que quedaba indisolublemente ligado a aquellos hermosos ojos cielo.

La muchacha sintió que había impactado al Conde de Alfaz – ¿Alfaz, dónde quedaría eso?-, que le había provocado un verdadero deslumbramiento. Por un momento se sintió atemorizada, apenas sobrepasaba el umbral de la adolescencia y ya se daba cuenta del fuerte efecto que producía en los hombres, y pensó que se estaba cerrando en torno a ella una dura tenaza formada por sus vigilantes y severos hermanos y padre, el Barón de Gauillón, cuya declaratoria no le había desagradado del todo, y ahora este gallardo español que revelaba su alma en la mirada. Presintió que si bien la situación era halagadora sus deseos y esperanzas y hasta su propia vida podrían estar en peligro acosada por tan fuertes y devastadoras fuerzas como las que se ceñían a su alrededor. Tratándose de una pobre sierva, cuya belleza era su único bien, se daba perfecta cuenta de que ese deseado bien significaba riesgo, azar, aventura, y que podría llevarla tanto a la gloria como a la perdición.

Atemorizada por estos pensamientos que vertiginosamente se agolparon en su cabeza permaneció paralizada algunos segundos, tiempo suficiente para que Rodrigo se acercara y tomando su mano la besara suavemente al tiempo que le decía que nada debía temer, sino que al contrario, en él tendría su más acérrimo defensor, su refugio, su eterno solicitante y respetuoso admirador.

Su temor ascendió al grado de terror, pensó que su padre y sus hermanos eran capaces de matarla si la sospechaban incursa en algún acto de deshonestidad, y en que difícil sería para ella salir siquiera de su casa, y aún permanecer en ella cuando la solicitaban hombres tan poderosos como el Barón de Gauillón y este Rodrigo de Alfaz que se había presentado como un Conde. Eran hombres de otra clase social, atrapados en sus obligaciones familiares y aristocráticas no podían buscar en ella más que un pasatiempo. De estas cavilaciones la sacaron las tiernas solicitudes de Alfaz, quien le preguntaba por su familia y por qué no la había visto en el torneo, y dónde y cuándo podría encontrarla otra vez. Apabullada más que halaga respondió como pudo que su nombre y condición ya los conocía, y que era rigurosamente vigilada por su padre y sus hermanos y que la diferencia de clases sociales inhibía cualquier contacto o relación entre ellos.

– ¡Perdón, señor, me aguardan, como caballero que eres déjame partir sola, o me crearás un gran problema!- remató.

Hizo el conde un gesto de resignación y con una inclinación y un ademán le otorgó la partida. Desde la penumbra del solio la vio alejarse y asomándose apenas apreció su encuentro con alguien que debía ser su familiar, quien la recibió con gestos y voces que no entendió bien pero en los que adivinó un reproche. No sin satisfacción advirtió qu ella contestaba de una manera altanera y nada sumisa. Eso le agradó. Si era capaz de rebelarse ante los rígidos grilletes de una ancestral sumisión, era también capaz de tomar la vida por los cuernos y hacer su voluntad. ¿Pero, quién podría ser su aliado o aliada en esta empresa? Sabía que necesitaría a alguien que pudiera llegar hasta la muchacha, y más preocupado por esta necesidad que por la evolución de un torneo en el cual cifraba su futuro inmediato, caviloso, regresó a la tienda de su amigo Lusignan.

Encontró a Lusignan cercado, como siempre, de las tiernas atenciones de Vana. Contuvo éste las efusiones de la muchacha al advertir su presencia y al verlo abatido y quejumbroso no pudo sino inquirirle:

– ¡Caramba, os veo triste Conde! ¡Sin duda habéis sentido el impacto que esa bella joven provoca en cuantos la ven! ¿Le habéis hablado, qué os ha dicho?

– ¡Poca cosa, que sus hermanos y su padre la vigilan y no le permiten ninguna expansión! Luego me ha pedido que la dejara partir, si de verdad era un caballero. No pude hacer gran cosa…

Lo miró Vana profunda y largamente. Su corazón de mujer le permitió advertir la sincera conmoción de Rodrigo y se prestó rápidamente a confortarlo.

– Si me permitís, Conde, yo podría hacer alguna gestión digamos… privada ante esa joven, pero antes debéis decirme cuáles son vuestras intenciones.

– ¿Mis intenciones? ¡Si apenas la he visto un instante! Me ha impresionado como una joven bella y casta, de maneras suaves pero con bastante carácter… ¡Si al conocerla más profundamente confirmo estas virtudes, os puedo asegurar que mis intenciones son las mejores, es una  mujer con la que se podría pasar una vida!

– Os sé honesto y de buen corazón. Yo buscaré la forma de que os contactéis con ella. Si hacemos las cosas bien ¿cómo podría ella, una villana, resistir las promesas de un caballero, para mejor tan apuesto como vos?

– “¡Tente, tente villancicos, que esta empresa del buen rey está guardada!” -interrumpió Lusignan- Debes saber antes que según dicen por ahí no sois, o mejor dicho no seréis a partir de ahora el único caballero en pretenderla, el mismísimo Barón de Gauillón está prendado de ella, y ha llegado hasta su casa para hacerle proposiciones. Por ahora permanece dentro del círculo que en torno a ella ha forjado su familia, pero no podrá resistir mucho tiempo, el Barón es su señor natural, y ella es sólo una sierva…

– ¡Ah no- contestó airado Rodrigo, y no pudo evitar llevar la mano a la espada en un gesto más intuitivo que voluntario-, jamás permitiré que se  fuerce a una doncella, que no lo permite mi condición de caballero y el juramento que he hecho!

“Lo que no lo permite es que la queréis para vos” pensó Lusignan cruzando una mirada cómplice con Vana.

– ¡Calma, calma, el Barón es buena gente y no forzará a una doncella contra su voluntad! Sin duda querrá conquistarla, como vos ahora. Ya veo, un lindo duelo se avecina, ¡con gusto nos sentaremos a contemplarlo y veremos quién sale vencedor! ¿Y cómo podréis vos ayudar a mi amigo, bella Vana? – dijo esto y acarició la mejilla de la joven, olvidado del mundo, hasta de lo que terminaba de de decir.

– La he visto en la feria del pueblo, siempre vendiendo sus hediondos pescados. ¡Parece mentira que una joven tan hermosa tenga tan desagradable profesión!

– Pues bien que os gusta el pescado a la mesa- acotó Lusignan.

– ¡Es que otra cosa es cocinado, aderezado y bien acompañado, pero al natural es horrendo! Claro que ese olor no ahuyenta a los comensales, ni a los pretendientes, que siempre veo a la bella Ximena rodeada de jóvenes dispuestos a comprarle hasta la última mojarrita, ¡y bien que se aprovecha de ello su celoso padre!

– ¿Y cómo, señora mía podréis ayudarme?- la cortó Rodrigo, a quien no le gustó el cariz que tomaba la conversación. La sola imagen de Ximena rodeada de jóvenes excitados y demandantes le perturbó, casi le nubló la vista.

– El día del Sabbat iré a la feria del pueblo con un canasta, y con el pretexto de comprar pescado me arrimaré a ella y le haré saber de vuestro interés, le hablaré bien de vos y hasta le haré llegar un pequeño presente, pequeño en tamaño, pero con algún valor, no excesivo, que esas cosas hay que ir graduándolas, y luego veremos. El resto dependerá de ella, pero así es como se hace, y es difícil resistir tales adulonerías, sobre todo si la joven está muy guardada. Cuanto más encerrada esté mejor será, más deseos y necesidad tendrá de romper ese círculo de hierro, es la naturaleza femenina…

Cayó Alfaz a los pies de Vana y tomando su mano la besó efusivamente, dejándola algo desconcertada, ¡que un conde, por más dejado de la fortuna que estuviera, se hincara a sus pies y le besara la mano con acatamiento y gratitud, vamos, era algo que no ocurría todos los días! No había sido así con el propio Lusignan, quién había sido mucho más directo al plantearle sus intenciones, ¡aunque bien que ella había abonado previamente el terreno! Miró tiernamente a Rodrigo y extendió su mano acariciando sus cabellos. Se interrumpió bruscamente cuando se dio cuenta que su gesto pudiera ser mal interpretado por su amante, quien miraba la escena sin malicia, complacido, pero con estos caballeros nunca se sabe, pasan de la adoración a la ira sin transición. Quedó concertada entonces la gestión de tercería que llevaría a cabo Vana, quien sugirió a Rodrigo que buscara un objeto con las características señaladas para llevárselo a Ximena.

– ¡Os daré una carta para ella!- dijo entusiasmado Rodrigo.

– ¡Que no, eso no!- interrumpió la joven- Dudo que sepa ella leer, es más, yo tampoco. Además un carta sería una prueba irrefutable si fuera encontrada, puede traerle problemas…

– ¡También un regalo!

– Debe ser pequeño, discreto, y no revelar su origen. Y no hables de esto con nadie. Debes cuidarte de Gauillón, y yo más aún, que no soy nadie, ¡no me vayan a aplastar en las rencillas que se avecinan!

Prometió Rodrigo buscar entre sus pertenencias un objeto de esas características, o adquirirlo de alguna manera, y volver con él al día siguiente. Luego se retiró, esperanzado, casi flotando en sus propios sueños.

 

 

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