EL ABOGADO

El Doctor Gómez metió su gordo dedo dentro del cuello de la camisa, lo estiró y se quitó la corbata, aunque no sintió ningún alivio. Consultó su reloj. Eran las seis de la tarde, tenía una hora antes de tomar el ómnibus que lo transportaría de nuevo a la capital. Aquel juicio por una miserable pensión alimenticia de seis mil pesos le había llevado buena parte del día. Giró la vista alrededor buscando algún lugar fresco donde  refugiarse y descubrió una peluquería que ofrecía un breve espacio de sombra frente a la plaza que estallaba en llamas. Una afeitada y unos paños fríos le vendrían muy bien para recuperarse.

– Buenas- dijo simplemente al peluquero, un hombrón de rostro inexpresivo. Le explicó lo que quería y se sentó en el sillón, frente a un ventilador de pie. Suspiró aliviado y se dejó estar. Sintió con placer la espuma sobre su cara, los círculos de la brocha, luego el frío de la navaja que corría de arriba abajo por su cara hasta llegar al cuello.

– ¿Usted es el Doctor Gómez, no?

Lo miró con curiosidad, no recordaba haber estado antes en aquel pueblo.

–  Sí, yo soy. ¿Lo conozco?

– A mí no. Usted defendió a un hermano mío en la capital, hace unos años.

Una lucecita de alerta se prendió en el cerebro del abogado que prefirió no preguntar.

– Estaba acusado de violación y robo. El siempre negó, pero fue condenado. Usted no pareció esforzarse mucho…

El abogado tragó saliva mientras la navaja se deslizaba ahora por su garganta. Intentó decir algo, una justificación, una disculpa quizás, ni él lo sabía, pero sólo le brotó un ronco estertor de garganta reseca.

Hubo un silencio eterno, luego se oyó el chasquido de la navaja al cerrarse y  la voz baja y pausada del barbero.

– Hizo bien, era un vago y un pervertido.  Todos estamos mejor sin él.

Discusión

  1. Gimena